Una pregunta que nos hacemos es ¿qué significa ser cristiano hoy?, en estos tiempos en que parece que el mal está triunfando y que los egoístas gobiernan y rigen el destino de la tierra. Tal pareciera que nuestro estado de salud no es lo más deseable. Adolecemos de anemia espiritual y vivimos en una dicotomía entre lo que podríamos ser y lo que somos. ¿Dónde está esa vida en abundancia que nos prometió Jesús? ¿Cómo estamos viviendo nuestra vida de oración y de servicio, ya sea como cónyuge, como religioso, como laico, como soltero? ¿Estamos reflejando con nuestro testimonio el Evangelio y lo transmitimos a nuestro alrededor? Muchas veces buscamos experiencias nuevas, sectas dudosas, creencias orientales, nueva era, ritos exóticos y nos cambiamos de afiliación religiosa. ¿En qué hemos fallado los cristianos? ¿Por qué ese desfilar hacia horizontes desconocidos? ¿En qué ha fallado la familia? ¿Cómo ha sido nuestra formación religiosa? ¿Qué nos han enseñado, qué normas nos han impuesto, qué espiritualidad nos han transmitido? ¿Cómo es posible que un cristiano bien formado sea capaz de desertar teniendo una riqueza enorme en nuestras enseñanzas, que puede satisfacer y elevar cualquier alma o llenar cualquier vida? Carlos G. Vallés dice que “si se nos va la gente, no es porque no haya en nuestro patrimonio elementos para su felicidad, sino porque no sabemos encontrarlos, sacarlos y proponérselos cuando los necesitan. Hemos creído que les bastaría lo que nos bastó a nosotros; y, sin juzgar a nadie ni poner a nadie por delante o por detrás, quizás ellos y ellas necesiten otros enfoques, otras perspectivas, otros acentos. Y nosotros los tenemos en nuestra herencia, pero no nos hemos molestado en trabajarlos, no sabemos exponerlos, no acertamos a practicarlos; y perdemos el contacto vital de aquellos que necesitaban esos puntos de vista y esas experiencias. Y se nos van”. Por consiguiente, es de vital importancia que revitalicemos nuestra salud espiritual, que aumentemos nuestras energías y actualicemos nuestro compromiso para dejarnos sentir en el mundo. Es primordial que esa vida en abundancia se traduzca en poner más vida en la vida, en mostrar que la vida en Cristo se traduce en sonrisa, fortaleza, energía y entrega. La abundancia de vida es comunión social, es mezclarse, es aceptar a los demás, es servir de todo corazón en todo lo que se pueda y tanto más cuanto más lo necesiten. La vida en abundancia es vibrar de entusiasmo en la fe, es conocer la amistad de Jesús, es crecer en el amor, es ser uno con el Padre. La vida en abundancia es conocer el amor de Cristo hasta la total plenitud de Dios... Agosto 2003.
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MIMI PANAYOTTI BIENVENIDO
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