Todos decimos que la vida es un regalo, un don. Y es un tesoro
valiosísimo. La vida es para estar agradecidos eternamente con
nuestro Creador. Pero no siempre escuchamos comentarios
así de positivos. Más bien, con frecuencia emitimos quejas, juicios y
descontentos: “¡Esta vida no vale la pena; es un asco; maldigo haber
nacido; si yo fuera como fulano; nada me sale bien; sin mi marido no
puedo seguir!”
Es muy factible que cada uno de nosotros haya tenido estos senti-
mientos en diferentes circunstancias. Es posible que nuestro existir haya
estado lleno de problemas, enfermedades, muertes, reveses, infortunios,
traiciones, etc. Sin embargo, lo ideal sería que estas sensaciones fueran
momentáneas o pasajeras y no que se repitieran a menudo y, menos
aun que fueran permanentes.
Los padres nos quejamos de los hijos: “¡tantos sacrificios que hicimos
para que se porten así; qué desagradecidos, qué egoístas son!” La
verdad es que todos llegamos sin previo aviso, sin consultarnos. Hemos
sido lanzados al mar de la vida, al torrente social y así empieza nuestra
vida.
La vida es la primera realidad fundamental sobre la que es necesario
meditar seriamente. Cualquier otra reflexión incide sobre este marco:
el de la vida. Ser persona es hacerse preguntas. Y si estas se contestan
con sinceridad, adecuadamente, se produce en nosotros un gran dina-
mismo y personalización.
Al meditar sobre la vida, podríamos preguntarnos: ¿Cómo vivimos?
¿Para qué existimos realmente? ¿Disfrutamos la vida? ¿Hemos realizado
nuestros ideales? ¿Vivimos con calidad de virtudes? ¿Nuestra vida es
agradable a Dios?
Baden-Powel dejó este testamento espiritual que refleja un talante y
proyecto educativos: “Mi vida ha sido muy feliz y quisiera que pudiese
decirse lo mismo de cada uno de ustedes. Creo que Dios nos ha puesto
en este mundo encantador para que seamos felices y gocemos de la
vida. Pero la felicidad no proviene de la riqueza, ni del tener éxito, ni
dándose gusto a si mismo... La manera de conseguir la felicidad es
haciendo felices a los demás.
Traten de dejar el mundo en mejores condiciones que tenía cuando
entraron en él. De esta manera, cuando les llegue la hora de morir,
pueden hacerlo felices, porque por lo menos no perdieron el tiempo e
hicieron todo el bien que les fue posible”.
Según O. Hidalgo “el sentido de la vida es un planteamiento necesario
en todas las edades para no ir a remolque, sino con el motor encen-
dido”. San Pablo, creyente convencido, afirma: ‘para mí la vida es
Cristo. Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi’. (Ga
2:20). También, la experiencia de Jesús fue su gran motivación; frente
a ella todo fue secundario, hasta basura. Y sugiere: No tiene sentido
lamentar lo que queda atrás si nos frena y resta energía. Lo procedente
es reconciliarlo, mirar hacia delante y correr como los buenos atletas
para alcanzar la meta de la vida.
Probablemente todos necesitamos recurrir a la conversión: tarea ne-
cesaria, desafío diario, responsabilidad permanente. Para un cristiano
la vida es redonda si destila santidad. Por ahí va el consejo rotundo de
Jesús: “sean perfectos como el Padre celestial es perfecto” (Mt 5:48).
Teresa de Calcuta, reconocida y apreciada por todos, describía así
la pasión por la vida:
La vida es una suerte. ¡Acéptela!
La vida es una oportunidad. ¡Aprovéchela!
La vida es belleza. ¡Admírela!
La vida es felicidad. ¡Saboréela!
La vida es un compromiso. ¡Cúmplalo!
La vida es un tesoro. ¡Cuídelo!
La vida es un desafío. ¡Encárelo!
La vida es un misterio. ¡Desvélelo!
La vida es amor. ¡Disfrútelo!
La vida es tristeza. ¡Supérela!
La vida es un combate. ¡Peléelo!
La vida es un himno. ¡Cántelo!
La vida es la Vida. ¡Defiéndela!
Septiembre, 2001.
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