La pobreza no significa solamente carencias económicas. La
pobreza cubre una violación de derechos humanos en gran escala.
Derechos tan sencillos como el acceso a la educación, a la salud, al
trabajo, a la vivienda con agua potable y servicios sanitarios, a la libertad
de expresión, de transporte, de religión y a la de ser oído y atendido
por las naciones ricas.
Las cifras de la pobreza son cada día más abrumadoras. En Brasil,
según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD),
el 10% más rico es propietario del 46% del ingreso nacional, mientras
que el 50% de la población sólo tiene el 15%. En Argentina las cifras
de desigualdad han escalado en la década del noventa y han incidido
fuertemente en el ascenso de la pobreza. Según las últimas cifras del
INDEC, en Argentina: el 70% de los que trabajan ganan menos de
700 pesos al mes. El 58% de la población (21 millones) es de pobres.
El 75% de los niños menores de 14 años son pobres. Mientras que en
1998, el 29% de los pobres eran indigentes (es decir, ganaban menos
de 226 pesos al mes) ahora alcanzan el 44%, o sea que hay más de
nueve millones de indigentes.
En otros países latinoamericanos, según la revista Mensajero, los
números también resultan altamente preocupantes. Y fuera del
continente americano las cosas no van mucho mejor: el mapa de la
miseria se extiende como una mancha de aceite por todo el mundo. Ya
hace rato que la ONU viene reclamando a las naciones ricas la
condonación de las deudas de los países pobres y exigiendo que se
promuevan inversiones en seres humanos, es decir en salud, educación
y seguridad.
Don Pedro Casaldáliga, de Brasil, dice que cada uno de nosotros
debemos dar nuestra contribución.
Cada uno de nosotros tiene una obligación de conciencia consigo
mismo y con el entorno de elegir hacer lo que le gusta, para sentirse
feliz y para ser útil a los demás.
a) No se puede separar la espiritualidad de la pastoral ni la fe de la
política. Estas dicotomías le han hecho muchísimo mal a la Iglesia. b)
Si no cambiamos nuestro modo de sentir y de pensar, dejaremos de
sentir y de pensar. c) Cada uno tiene en su comunidad, en su entorno,
una misión única e intransferible que cumplir y que esa micro-propuesta
puede significar mejor calidad de vida para muchos. d) Las mujeres
están llevando la punta en esto de arremangarse y emprender
experiencias nuevas para crecer como personas, para mejorar su
situación económica, para compartir la lectura de la Biblia, arreglar
sus casas, fabricar pan, cortar una ruta para pedir un semáforo, o
golpear cacerolas para reclamar medicamentos para el hospital.
Como leemos en Lucas, “quien quiera oír, que oiga...”
Octubre 2003.
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