Después de muchos años en la Catedral San Pedro Apóstol, el
Padre Antonio Quétglas, sacerdote paulino, se marcha a una nueva
parroquia, a la San Vicente de Paúl, para seguir desde allí sus variados
apostolados en favor de los más necesitados.
Conocí al P. Antonio hace como 25 años, cuando residía en La Ceiba.
Luego fue trasladado a Puerto Cortés y finalmente lo nombraron
párroco de San Pedro Sula, en donde lo volví a encontrar cuando
nosotros también nos movimos a esta ciudad.
Una de las cualidades que desde entonces recuerdo muy bien en el
P. Antonio es su disponibilidad para ayudar a resolver problemas. No
ha habido ninguna vez que le hayamos pedido algo o que personas
soliciten su ayuda, en que él se haya negado. Trata por todos los medios
posibles de encontrar una solución satisfactoria a las peticiones de sus
feligreses.
Las homilías del P. Emoción siempre dejan un mensaje. Su vocabulario
es sencillo, claro y salpicado de anécdotas y sucesos de la vida real.
Habla como si le estuviera enseñando a los niños y de allí que los
adultos comprenden muy bien el significado de sus sermones.
Pero el distintivo más grande de este sacerdote fiel es su sensibilidad
social, su preocupación por los pobres, enfermos y marginados. Niños
y niñas abandonadas, madres solteras, ancianos, alcohólicos, droga-
dictos, enfermos de sida y jóvenes son atendidos en diferentes locales
de la colonia “San Vicente de Paúl”, en Calpules.
Comida, terapia ocupacional, medicinas, ropa y alojamiento son al-
gunas de las atenciones que reciben en este lugar los huéspedes reco-
gidos. Sin embargo, muchas veces la ingratitud de ciertas personas ha
entristecido la frente del P. Antonio, pero esto no le ha impedido seguir
adelante alcanzando cada vez más clases de pobres.
La Misa de la Libra es otra de las actividades que ha desarrollado
con éxito este cura en su parroquia y que se ha imitado en muchas
otras. Consiste en pedir a los feligreses, el primer jueves de cada mes,
que cuando vengan a misa traigan cada uno alguna donación de
alimentos básicos (frijoles, arroz, azúcar, manteca, jabón, espagueti,
candelas, etc.) para ser repartidos en la colonia “San Vicente de Paúl”.
Estas donaciones han contribuido a sostener variados programas.
Hay un dato realmente curioso y es la facilidad con que este padre
consigue fondos para cualquier necesidad. Cuando sale de viaje es
increíble la cantidad de donaciones que recibe; lo mismo sucede
localmente. Las personas abren su bolsa prontamente cuando saben
que se trata de ayudar al P. Emoción; también hay grupos y asociaciones
que trabajan exclusivamente o promueven su apostolado para ayudarle.
El P. Antonio fue asistente de Monseñor Jaime Brufau hasta los últimos
años de su obispado, antes de retirarse a su tierra natal, España. En
ese tiempo le tocó enfrentar serios problemas, especialmente el caso
del P. Luis Erazo, cuyo desenlace imprevisto afectó muchísimo su salud
física y emocional.
La filosofía de este paulino es que la religión no se puede limitar a
asuntos privados. Preocuparse por los demás incluye el bienestar de
la comunidad. Debemos amarnos no sólo de palabras sino en obras y
en verdad. Un amor así acepta que cada persona es especial y amada
por Dios y hace del bien común de los demás un compromiso. La
compasión es más que palabras amables. Se expresa con hechos.
Jesús dijo: “Por sus frutos los conoceréis” (Mat. 7:16). “Y dirá el rey
a los que estén a su derecha: vengan ustedes, los que han sido ben-
decidos por mi Padre; reciban el reino que está preparado para ustedes
desde que Dios hizo el mundo. Pues tuve hambre, y ustedes me dieron
de comer, tuve sed y me dieron de beber, anduve como forastero y
me dieron alojamiento.
Me faltó ropa y ustedes me la dieron; estuve enfermo y me visitaron;
estuve en la cárcel y vinieron a verme” (Mat. 25:34-36).
Todo esto ha sido y ha hecho el P. Antonio, un apóstol fiel conocido
por sus obras, por servir a la familia hondureña... Dios lo bendiga
siempre.
Noviembre 1995.
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